En los últimos 50 años, los seres humanos han cambiado los ecosistemas de
manera más rápida y extensa que en cualquier otro periodo de la historia. Esto
dice un informe de síntesis de la "Evaluación de los ecosistemas del Milenio"
presentado en marzo de 2005 por la Organización de las Naciones Unidas. Ello se
hizo en gran medida para satisfacer las crecientes demandas de alimentos, agua,
madera, fibras y combustible. Desde 1945 hasta hoy se ha destinado a la
agricultura una cantidad mayor de nuevas tierras que en los siglos XVIII y XIX
juntos. Más de la mitad de todos los fertilizantes sintéticos a base de
nitrógeno han sido utilizados entre 1985 y la actualidad. Ello ha causado una
pérdida significativa de la diversidad de la vida en el planeta, en gran parte
irreversible, ya que entre 10 y 30 por ciento de los mamíferos, las aves y los
anfibios están ahora en peligro de extinción.
Los cambios en los ecosistemas
han permitido hacer progresos muy importantes para el bienestar humano y el
desarrollo económico, pero ello ha implicado un costo cada vez más alto en
términos de degradación de otros servicios naturales. Sólo cuatro de los
servicios que proporcionan los ecosistemas han experimentado mejoras en los
últimos 50 años: mayor producción de granos, de carne y de pescado gracias a la
acuicultura, y el secuestro de carbono, que favorece la regulación del clima a
nivel mundial, ha sido mayor. Dos de los servicios, la pesca de captura y el
agua dulce, se sitúan en cambio en niveles muy inferiores a la demanda actual, y
mucho menos a la demanda futura. Estos problemas harán disminuir
significativamente los beneficios que serían esperables para las generaciones
futuras.
Este informe pone en primer plano una teoría del Siglo XIX
elaborada por Robert Malthus: el crecimiento económico y la demanda de alimentos
de una población en rápido ascenso numérico hace prever un aumento rotundo del
consumo de los recursos naturales. Y esto conlleva, de no hacerse las
previsiones necesarias, el deterioro y/o agotamiento de algunos de ellos.
El
Reverendo sostenía que existía una discrepancia entre el crecimiento de la
población y las posibilidades de expansión de la oferta de alimentos, porque en
la época que escribe, (1793 fue la primera edición y 1798 la segunda y más
difundida) los alimentos dependían exclusivamente de la extensión de la tierra
cultivable. No tenía en cuenta el cambio tecnológico que posibilitaría
posteriormente el aumento de rindes por unidad de factor. Este fenómeno de
imposibilidad física, denominada más adelante ley de los rendimientos
decrecientes, implicaba poner de manifiesto las limitaciones propias de todo
proceso de crecimiento. Para él la población crecía geométricamente y los
alimentos aritméticamente, por lo que creía apocalípticamente que llegaría el
hambre y la miseria al grueso de la población. La pobreza está presente allá
donde hay más bocas que panes y más cabezas que sesos. Sin embargo los sesos
funcionaron y el hombre, mediante la tecnología, logró evitar que se frenara la
tasa de crecimiento.
La historia de la tecnología podría decirse que es la
historia de la evolución humana. El hombre, en tanto es capaz de pensar y de
crear, puede desarrollar procedimientos y utilizar recursos para modificar o
manipular su entorno. El hombre ha modificado la naturaleza en su propio
beneficio, y logró mejorar la condición de su existencia.
La tendencia de
enfatizar en un derecho protectivo del ambiente comienza, paradójicamente,
cuando el hombre creía haber alcanzado la cumbre de la evolución tecnológica y
científica. En la tercera década del Siglo XX existía, comprobado por la
realidad, una sensación de que el hombre había alcanzado la cumbre de su
bienestar existencial, fruto de haber dominado la naturaleza para beneficio
propio y para el bienestar generalizado. José Ortega y Gasset escribía en "La
Rebelión de las Masas" que su intención era hacer "el diagnóstico de nuestro
tiempo, de nuestra vida actual. Va enunciada la primera parte de él, que puede
resumirse así: nuestra vida, como repertorio de posibilidades, es magnífica,
exuberante, superior a todas las históricamente conocidas."
"Nunca la Tierra
se había transformado hasta tal punto en un siglo", decía Malraux. "He conocido
los gorriones que esperaban a los caballos de los tranvías, en el Palais-Royal,
y al tímido y seductor comandante Glenn, a su regreso del cosmos", agrega.
Ortega observa que la vida de la época que le toca vivir "es mayor, ha
desbordado todos los cauces, principios normas e ideales legados por la
tradición. Es más vida que todas las vidas, y por lo mismo más problemática. No
puede orientarse en el pretérito. Tiene que inventar su propio destino."
Este pensamiento encierra en sí dos elementos importantes para entender el
proceso que tendrá lugar en la segunda mitad del Siglo XX: Por un lado la
creencia en que la humanidad había llegado a un desarrollo superior, en las
dimensiones económicas, sociales, políticas y culturales que en cualquier
estadio anterior. El avance de la ciencia y la tecnología habían sido el motor
impulsor de ese progreso que parecía no tener límites. Por otro lado, el
pensador español observaba que se había generado una nueva situación, donde los
principios, las normas y los ideales de antaño no servían para analizarla,
entenderla, y contenerla.
Con el industrialismo, el hombre aplica los
adelantos de la ciencia y de la tecnología con notables logros para su
subsistencia y bienestar. La tecnología logra evitar el hambre que Malthus
pronosticaba si seguía el proceso de crecimiento geométrico de la población y el
crecimiento aritmético de los alimentos. Este proceso que genera tantos
beneficios para la humanidad también comenzó a deteriorar, contaminar y agotar
los recursos naturales. Y empieza el alerta.
En el Siglo XX la ciencia
alcanza avances en áreas y con objetivos que ponen en peligro la vida de la
humanidad y al planeta en toda su extensión, cosa impensada en tiempos
anteriores. La naturaleza se pone en peligro de extinción integral y la
humanidad potencialmente al borde de autodestruirse. "Para decirlo de un modo
pintoresco,-dice Aldous Huxley- el hombre se halla en proceso de convertirse en
su propia Providencia, su propio Cataclismo, su propio Salvador."
Ante esta
circunstancia se alzan voces que llaman la atención sobre este fenómeno de
deterioro de los recursos naturales y de los peligros del mal uso de la
tecnología. Desde el núcleo mismo del sistema capitalista desarrollado surgen
los primeros estudios y propuestas. La London Economics School y el Club de
Roma, en la década del sesenta del Siglo XX, proponen el crecimiento económico
cero. Esto es, no debía seguirse el proceso de crecimiento económico, ya que los
principales recursos naturales están cerca de agotarse, como el caso de los
hidrocarburos. Esta idea de poner límite al crecimiento no prosperó, pero puso
en el análisis la cuestión del agotamiento de los recursos naturales no
renovables. Las cumbres mundiales del año 1972 en Estocolmo, de Río de 1992 y de
Johannesburgo de 2002 reflejan la preocupación internacional por la preservación
del ambiente. Los diversos tratados que la Argentina ha suscripto en materia
ambiental son fruto de esta evolución internacional, así como algunas leyes
sancionadas por el legislador argentino son derivaciones de las declaraciones de
esas cumbres internacionales.
Nuestro derecho nacional ha respondido a las
circunstancias históricas, adaptándose a las necesidades planteadas por la
economía, la cultura, la política de la sociedad del momento. La consecuencia ha
sido un fuerte proceso de creación de normas jurídicas vinculas con los recursos
naturales. La importancia de la ganadería y la agricultura se vio reflejada en
la riqueza de un derecho agrario consolidado. La contaminación de los ríos y del
aire, la preservación de nuestras bellezas naturales, de nuestros bosques y del
suelo fue una preocupación constante en nuestra normativa nacional interna, que
ha corrido independientemente del derecho internacional. La incorporación de
artículos de protección del ambiente en las constituciones provinciales y en la
Constitución Nacional, en la década del ochenta y noventa, reflejan la
importancia social y política de la cuestión.
Tanto la vertiente
internacional como la vertiente que proviene de nuestro derecho interno nacional
han conformado un conjunto de normas jurídicas que se vinculan con la
problemática ambiental, que nos permiten hablar de un derecho diferenciado y con
características propias. Dada la importancia que adquiere hoy el ambiente en la
construcción del desarrollo humano, al que se denomina desarrollo sustentable, y
habida cuenta que emerge como un derecho nuevo, se hace necesaria la
delimitación y definición de un derecho ambiental argentino.
Las reglas del
Derecho Ambiental de que nos ocupamos se extraen mediante la abstracción de las
diferentes relaciones de la vida, y vemos que se necesita el concurso de muchas
reglas para establecer la forma jurídica de una sola relación que hallan en ésta
su objeto común y punto de unión. Vemos que las diversas relaciones jurídicas de
la vida se reúnen alrededor de grandes unidades o instituciones jurídicas que
forman el esqueleto del derecho. La misión de la ciencia del derecho ambiental
es estudiar primero el cuerpo general del derecho y luego sus miembros, sus
partes integrantes, estudiando su disposición, el verdadero sitio que le cabe al
derecho ambiental en la ordenación sistemática del derecho.
Debemos tener en
cuenta que no todo el derecho agrario es ambiental, así como siendo civil en sus
comienzos no todo el derecho civil era agrario. Por otro lado no todo lo que la
República Argentina suscribe en el orden internacional se traduce en derecho
aplicable, por lo que si no es realizable no es derecho. Es preciso, entonces,
para individualizarlo y conocerlo, un largo trabajo, que en parte es obra del
pueblo, que traduce en principios directrices las leyes no escritas que ha
encontrado en la práctica, del legislador, que tiende a traducir esos principios
populares en normas concretas o pretende modelar el futuro con nuevas reglas de
derecho, y, finalmente, de la doctrina, que estudia las disposiciones y
consecuencias del derecho vigente.
Hoy nos toca el trabajo de identificación
y reconocimiento del derecho ambiental como miembro o parte individual
integrante del derecho general. Porque el derecho es uno y único, posee unidad
en la multiplicidad, individualidad en su totalidad, crece y se desarrolla como
un cuerpo formado por partes. Estas partes, donde una de ellas es el derecho
ambiental, no necesariamente aparecen claras en la superficie, como para verlas
inmediatamente, no se manifiestan con evidencia, tal vez, por ser una parte
noble y delicada. Esta acción de identificación y reconocimiento, de difusión,
información y educación es la tarea del momento.
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